Existen distintas posturas sobre las cuales se pueden hacer análisis de la situación que vive actualmente el pueblo venezolano. Por un lado están los que gritan a favor de la libertad, democracia y tolerancia, pero apuestan a la desarticulación del polo oficialista, la aniquilación del gobierno bolivariano y finalmente de todo lo que huela a chavismo.
Con un discurso de aparente tinte democrático, se han llevado cabo estrategias de promoción al descontento y bombardeo psicológico, a través de la manipulación de los principales medios de comunicación y la proyección en redes sociales de matrices de informativas centradas en el caos, acompañado con la difusión de mensajes generalmente fatalistas.
Entre otras cosas y al mismo tiempo, hemos visto estrategias como la manipulación del dólar, el aumento desproporcionado de los precios, la deslegitimación política con campañas anticomunistas y fracturas ético-políticas (denuncias de corrupción, acusaciones de totalitarismos, violación de derechos humanos). Un nivel más crudo de estas estrategias implementadas tienen que ver con el calentamiento de calle, e incluso, el fomento y financiamiento de las llamadas guarimbas como plataforma para homogenizar las demandas y el descontento social, en fin, un conjunto de medidas destinadas a exponer un clima de latente ingobernabilidad y con imperiosa necesidad de intervención internacional. Lado en el que se deja ver la precariedad opositora, su falta de cohesión, conexión con la derecha extranjera y desinterés en el pueblo.
¿Y la responsabilidad del gobierno qué?
Por otra parte, se encuentran los que abrazan el concepto de guerra económica inducida por el imperio y en cuyo discurso proyectan como una causa aparente la manipulación del mercado petrolero mundial y cambiario. En este lado, la mencionada guerra a todas luces perdida, va de la mano con los mismos responsables de la gestión administrativa del estado, políticas públicas muertas, corrupción galopante y control cambiario vacilante. Para abonar a esta catástrofe gubernamental tenemos, la desregulación de los precios y limitación de la oferta de bienes y servicios, cuyas consecuencias sociales son aún insondeables.
Dos visiones de país, dos formas de interpretar la realidad, pero todos con una cuota grande de responsabilidad aunque cada uno está viendo la paja en el ojo ajeno. Y así, en este debate de quién es el culpable, hemos estado los últimos años, dando vueltas sobre la culpa sin precisar el problema ni mucho menos hacer algo por solucionarlo, más allá que culpar al otro. El reduccionismo del problema que sobrepasó la historia venezolana al campo exclusivamente político.
Un panorama tristísimo de una realidad burlesca con interepretaciones de acuerdo a intereses individuales, con estrategias poco serias que demuestran un desgaste continuo en el que el “todo o nada” terminan por disputarse una “guerra de minitecas”, o competencia entre cantantes en la frontera.
En una divina y paradójica comedia, gobierno y oposición anulan a todas luces cualquier posibilidad de que emerja una tercera vía, coalición o alternativa con el nombre que sea, o de solución y alternativa de diálogo, respeto por el disenso y generación de confianza para las nuevas inversiones y reconstrucción del país.
La amenaza de intervención subyacente no deja de asustar, aunque el concierto en la frontera llegó y de nuevo la atención en el show desvía las miradas y se contienen los esfuerzos hasta la hora del carnaval donde el centro será el asueto.
El miedo es expresado igualmente respondiendo a los intereses por aprehender el poder. Por un lado, representa el punto de honor en defensa de la nación, la soberanía y del derecho internacional a la no injerencia y por el otro, como la salida tímida y sutil a la crisis. Pero ya que estoy en este mundo de las interpretaciones, me permito hablar en unas pocas líneas más sobre la tan anunciada ayuda humanitaria.
Shock e intervención: ¿Te destruyo para salvarte?
En principio es bueno decir que aunque la intervención no ha llegado de la forma convencional, no significa que ya no existe. Las distintas parcelas en la que está la Nación, junto con la crisis más grave de nuestra historia reciente, son evidencias claras de que el shock ya se ha materializado, y en este sentido, el avance de la conspiración hacia la desestructuración y su reducción al mínimo, donde poco importa de qué lado te ubicas para interpretar los hechos. Si eres rojo o verde, del centro, derecha o izquierda.
Pero no es menos cierto que la situación de crisis en el país es real y sin precedentes y es lo que al mismo tiempo ha propiciado el desdibujamiento de la realidad de parte de un pueblo ensimismado y aislado en su sobrevivencia. Tanto que resulta interesante recordar que la doctrina del shock postula un esquema bajo el cual se estruja y extorsiona la economía, como primer paso para imponer el libre mercado y la voluntad de los más fuertes a cambio de todo cuanto poseemos. Se trata de una estrategia de estrangulamiento acompañada por el bloqueo comercial que se ha convertido en pieza clave de presión en la política de Washington a fin de “promover el cambio político en los países” donde se implementa.
Como lo anterior, la política ampliamente ofensiva hacia Venezuela ha combinado presiones y restricciones cada vez mayores y cuya hostilidad permea un discurso donde bloqueo comercial, crisis humanitaria y ayuda interncional comienzan a ser los temas de discusión relevantes. Un panorama complejo que obliga a revisar cuestiones conexas.
No es un secreto que América Latina siempre ha sido un área de influencia para los EEUU y a partir de la Doctrina Monroe hasta hoy, la imposición de su presencia en la región ha sido una práctica habitual en aumento desde la Guerra Fría cuando implementó numerosas intervenciones militares con el fin de desaparecer cualquier destello comunista en el continente.
A inicios del siglo XXI el aire de izquierda cubrió la región de un aire de cambio, justo cuando se dio por hecho que EEUU estaba obligado a tener una relación distinta con la América Latina robusta de entonces, que mostró su potencial económico y social a través de los distintos mecanismos como los BRICS, Alba, Petrocaribe, Unasur, entre otros; la política norteamericana se replanteó los asuntos latinoamericanos e irrumpió nuevamente como promotor de la instalación de los gobiernos de derecha en la región y sin disimulo el presidente Trump ha manifestado sus intereses en la región.
Aunque su credibilidad en el esenario mundial es frágil y poco o nada se le cree, asusta la escandalosa inacción de la comunidad internacional ante casos como el de Ruanda en los noventa, o la Haití post terremoto. Ejemplos que cuestionan el rol de las ayudas humanitarias por mostrar resultados como la recolonización y el cataclismo, con estrategias que no han sido dirigidas a salvaguardar los derechos humanos, ni han estado signadas por la buena voluntad o reconocimiento recíproco. Es así como la “asistencia diseñada para salvar vidas, aliviar el sufrimiento y mantener y proteger la dignidad humana” representa “una estrategia geopolítica promovida por los EEUU para invadir territorios e imponer sus reglas a partir de sus intereses”. La historia tiene múltiples ejemplos a los que se le suma la arbitrariedad de los organismos internacionales. Algunos de esos ejemplos que en el mundo son dolorosamente elocuentes:
El caso Irak
En el 2003 tras la creación de la Organización para la Reconstrucción y Ayuda Humanitaria de Irak u Oficina para la Reconstrucción y Asistencia Humanitaria (ORHA) de sus siglas en
inglés, se dirigió el plan mediante el cual se puso fin a Saddam Hussein. Sobre la base de un Estado en caos y con Bagdad en medio de saqueos, destrozos y todo tipo de desorden y violencia en masa, se justificó la intervención estadounidense, de la mano de
Donald Rumsfeld, quien en su momento expresó que su misión no era gobernar Irak, sino acabar con el régimen de Saddam y salir de Irak.
La verdad es que hoy, muchas son las fuentes que indican la magnitud de la destrucción que originó EEUU mintiendo a la comunidad internacional, financiando y co-creando la guerra en la que dejó sumido al Medio Oriente. Llama poderosamente la atención que justo seis semanas antes de que comenzará la invasión en Irak, el ex Secretario de Estados Unidos Colin Poweell (2001-2005) hizo un trabajo de persuasión ante la opinión pública internacional para asegurar que esta era necesaria dado que Hussein poseía armas de destrucción masiva, fomentaba el terrorismo y tenía ambiciones nucleares. Argumentos que se disolvieron en el caos y con el tiempo.
El caso Libia
En marzo de 2011 el Consejo de Seguridad de la ONU aprobó la resolución 1973, con los argumentos de proteger a la población y las zonas civiles ante las amenazas de ataque del régimen de Gadafi. Aprobadas las medidas, se iniciaron los bombardeos por las fuerzas de la OTAN (Organización del Tratado del Atlántico Norte). La Intervención Humanitaria en Libia terminó con el derrocamiento de Muamar Al Gadafi. Como resultado tenemos a la Libia de hoy, hundida en una situación catastrófica, de caos económico y anarquía general.
El caso Siria
En el marco de un conflicto interno condicionado por las desigualdades sociales y el levantamiento en contra de Bashar Al-Assad, sucedió el conflicto civil que sirvió como caldo de cultivo para el desarrollo de la denominada “Primavera Árabe”. Los desencuentros con perfil religioso fueron la excusa perfecta para generar terror y como consecuencia, la necesidad de intervención que desde el 2012 nos dejó una Siria en ruinas ocasionando una de las catástrofes humanitarias más tristes en la historia de la humanidad.
Manual de convergencia
- Las intervenciones quirúrgicas se han implementado sobre la base de caos civil que inicial generalmente con acciones callejeras, tomas de instituciones y pronunciamiento militares con el objetivo de obligar la renuncia del
- La estrategia apuesta por la acción de calle y luego migra hacia la resistencia armada, se abona el terreno para una guerra civil, aislamiento internacional y cerco económico.
- En todos estos casos los medios comunicacionales juegan un rol protagónico; son ellos los que hacen virales las noticias en torno a una realidad u otra.
- EEUU apoya la desobediencia y en nombre de la democracia apuesta a la agudización de la crisis propone una intervención o ayuda humanitaria.
- Los resultados de las “ayudas humanitarias” han sido históricamente calamitosos, no sólo para los pueblos intervenidos con este tipo de “tratamientos”, sino para la estabilidad internacional, pues los daños son incalculables y hoy se manifiestan en las inmensas olas migratorias.
- Se inaugura un escenario de caos que obliga el desplazamiento humano en condiciones infrahumanas, que generan más pobreza.
En síntesis
La crisis humanitaria es una categoría que utiliza el Derecho Internacional Humanitario para referirse a desastres naturales y/o a conflictos bélicos de alta densidad y la Organización de las Naciones Unidas determina que para existir una emergencia de esta naturaleza, los niveles de violencia, hambre y enfermedades deben afectar a millones de personas sin que el Estado encargado pueda implementar medidas para mejorar dicha situación.
No es mi pretensión ignorar la cruda realidad venezolana, cuya inflación es considerada entre las más altas del mundo, ni mucho menos tapar la inoperancia gubernamental en torno al caso, o solidarizarme con el discurso vacío y monótono anti yanqui. Mi deseo es reflexionar sobre el complejo escenario que se avizora ante una posible intervención y revisar cómo se han gestado éstas a lo largo de la historia, de la mano de los EEUU y bajo la sutileza de “ayuda humanitaria”.
Mientras tanto en el mundo, también preocupan las turbulencias económicas de Haití, Somalia y Sudán del Sur, actuales cruzadas humanitarias donde la violencia generalizada hace su estrago, crece la pobreza extrema, incrementa la crisis alimentaria, las epidemias y las enfermedades. La Agencia de la ONU para los refugiados (ACNUR) identifica entre los países considerados como críticos a Yemen, Libia, Irak, Siria, República Democrática del Congo y Ucrania.
En este contexto, el desplazamiento y la migración forzada son parte de las inminentes consecuencias de las que después, nadie quiere hacerse realmente cargo.